Tres cantatas, las Nos. 98, 99 y 100, llevan este mismo título. La 99 la destinó Bach al decimoquinto domingo después de la Trinidad de 1724, cuyo Evangelio es la parte del Sermón de la Montaña que contiene la exhortación a aspirar al reino de Dios y a confiar en los mandatos de la Providencia. Es un tema que armoniza bien con el himno de Samuel Rodigast en que se basa en testo de la cantata. De las seis estrofas del himno, el anónimo libretista sólo emplea textualmente la primera y la última para los correspondientes movimientos de la obra. Y de las estrofas intermedias hace paráfrasis para los movimientos segundo a quinto. Bach respeta la estructura literaria: musicaliza las estrofas extremas como corales (con la melodía del himno confiada a las sopranos) y las estrofas intermedias como dos arias y dos recitativos. Cada uno de los recitativos (II y IV) se convierte al final en un expresivo arioso. La primera aria es para tenor y flauta concertante y la segunda es un dúo para soprano y contralto con flauta y oboe d'amore.

En el coro inicial la parte de la orquesta, concebida de manera concertante, no es menos significativa que la vocal. Incluso los ritornelos son desmesuradamente largos, al decir de Whittaker, sin que ello afecta la extraordinaria belleza del movimiento. El manejo de los instrumentos -flauta, oboe d'amore, cuerdas y continuo- constituye por lo demás un ejemplo admirable en el arte del desarrollo temático. En este primer movimiento es preciso destacar también el particular realce que da el compositor a la melodía del himno. De este modo consigue que las sopranos, encargadas de entonarlo, contrarresten el peso de las fuerzas instrumentales. El aria y el dúo describen las tribulaciones a que se refiere el texto, necesariamente efímeras ante la certeza de que "Lo que Dios hace bien hecho está": en el aria, confusión y abatimiento; y en el dúo, "el amargo martirio de la cruz" y la "debilidad del espíritu de hombre". Un sencillo coral constituye la conclusión de la cantata.