Pocas obras de Bach poseen tan tremenda fuerza expresiva como esta breve cantata para el vigesimoquinto domingo después de la Trinidad. Este domingo, penúltimo del año litúrgico, cayó el 14 de noviembre, fecha en que los fieles de Santo Tomás la escucharon por primera vez. Dos arias seguidas de recitativos y un sencillo coral conclusivo, bastan para comentar el texto, cuyo desconocido autor se inspira en la parte del Evangelio de San Mateo que contiene la profecía de la "abominación desoladora" que anunciará la segunda venida del Hijo del Hombre; y también en la primera Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, que trae estas palabras de aliento: "Porque el Señor, con voz de mando, con voz de arcángel y con la trompeta de Dios, descenderá del cielo y los muertos en Cristo resucitarán".

La obra se inicia con un aria para tenor cuyo motivos cromáticos descendentes e inestabilidad tonal simbolizan el desorden postrero del mundo. Aún más asombrosa es el aria para bajo (III), que se relaciona con la fe victoriosa del apóstol de las naciones. Dice Carl de Nys que "la vehemencia del bajo, el poderoso unísono ascendente, la imperiosa y radiante intervención de la trompeta, el incisivo ritmo de este movimiento, todo contribuye a hacer de él una de las expresiones más singulares el genio de Bach". Los dos recitativos, que hablan de la misericordia de Dios, traen alivio al abrumador dramatismo de las arias.

Dice W. Murray Young que "si bien la idea de la obra es aterradora, la excelente realización musical de Bach concentra nuestra atención en el sonido más que en el pavoroso mensaje".