Esta obra, compuesta para el duodécimo domingo después de la Trinidad de 1726 (¿1731?), consta de siete movimientos: el primero y el quinto son sinfonías, el segundo, el cuarto y el séptimo arias, el tercero y el sexto recitativos. Las dos sinfonías proceden de un concierto para clavecín que Bach compuso probablemente en Cöthen y del cual solo se conservan nueve compases. Las tres arias son también, posiblemente, adaptaciones de trozos instrumentales del propio Bach. Así, como dice Whittaker, no hemos de esperar que haya una conexión muy íntima entre las palabras y la música, excepto en los recitativos. Pero el libretista (acaso el propio Bach) encontró un tema útil en la parte del Evangelio de San Marcos que narra la curación de un sordomudo. La primera aria y los recitativos evocan el milagro; la segunda desarrolla la idea del versículo 37, "Lo que Dios hace bien hecho está", y la última habla de la futura vida celestial de los espíritus bienaventurados. La cantata 35 está escrita para contralto, dos oboes, oboe tenor, cuerdas y órgano obligado. No se trata pues de una cantata en el sentido más amplio, ya que su texto, sin versículos bíblicos ni corales, se limita únicamente a la poesía madrigalesca y la partitura no prescribe ninguna parte vocal distinta de la contralto. Pero a pesar de que no cuenta con el recurso de los coros y de las distintas voces solistas, el Cantor logra aquí también mucha variedad y riqueza expresiva.

Esto se advierte sobre todo en las tres arias. La primera es una fervorosa siciliana a cargo de todas las fuerzas sonoras, a la que adornan las figuras en filigrana del órgano; la segunda está acompañada únicamente por el órgano; con su secuencia de temas de ágil diseño y las coloraturas de la parte vocal, es la más afable; en tanto que la tercera, nuevamente con el apoyo de todos los instrumentos, reviste un carácter festivo a pesar de la nostalgia de Dios que en ella se expresa.