Esta cantata-coral, destinada al vigesimocuarto domingo después de la Trinidad de 1724, es para cuatro solistas vocales, coro, flauta, tres oboes, cuerdas y un continuo que incluye órgano y trompa. El primero y el último de sus seis movimientos emplean estrofas de un himno que Michael Franck escribió en 1652. Las estrofas intermedias, de autor anónimo, son la base de dos recitativos y dos arias. La lectura evangélica para ese domingo relata la resurrección de la hija de Jairo (San Mateo 9/18 a 26). Su relación con el himno elegido se limita al hecho de que los textos aluden al tema de la muerte. La idea básica es, evidentemente, que ante la perspectiva de la resurrección de los cristianos, los "tesoros terrestres " no son más que vana ilusión.

En este cantata la música está enteramente al servicio del texto. El del espléndido coro inicial compara la vanidad de las cosas terrestres con la niebla que vemos formarse y desaparecer en un instante. Esta imagen la traduce Bach con un ingenioso movimiento orquestal de escalas paralelas y contrarias. La misma imagen es realzada por la agitación de la contraparte vocal que entona la melodía del himno. El aria para tenor muestra, con símbolos sonoros igualmente precisos, la figura de las aguas impetuosas, representadas por rápidas escalas de los instrumentos (flauta y violín) y la voz humana. La relación con las palabras adquiere un aspecto diferente en el aria para bajo (IV), en la cual un ritmo de bourrée expresa el "mundo insensato" de que habla el texto. Pero la música no admite duda sobre la verdadera naturaleza de ese "mundo": la tonalidad menor, el sonido del oboe y, en el episodio central, las escalas que reaparecen y se precipitan hacia las profundidades, revelan que, en definitiva, la danza no es propiamente festiva. Después de un segundo recitativo, la obra termina con un breve y sonoro coral.