Con sus sencillas armonías y su encanto indefinible, es esta una de las más atractivas cantatas-corales de Bach. Aunque algunos la sitúan entre sus obras postreras del género (1735-44), parece demostrado que fue escrita para el primer domingo después de la Epifanía de 1725. Su texto es un himno de cinco estrofas de Christian Kaymann, inspirado, como el de la cantata 32, en el episodio evangélico del niño Jesús en el Templo (San Lucas 2/41 a 52). Como es normal en este tipo de cantatas, la primera y la última estrofa son musicalizadas en su forma original en los movimientos extremos (coro y coral). Las estrofas intermedias se transforman en un recitativo y un aria para tenor, un recitativo para bajo y un dúo para soprano y contralto. La parte instrumental incluye trompa, oboe'amore, cuerdas y un continuo de órgano y cuerdas.

El oboe, tratado como instrumento concertante en el primer movimiento, traduce la alegría de quien, como lo proclama el coro, ha decidido no abandonar al Salvador. En el primer recitativo el tenor, con el continuo como acompañamiento, expresa con fervor las palabras del texto: "Mientras una gota de sangre circule por mis venas, sólo Jesús colmará mi existencia". El tercer movimiento, "Cuando el fatal soplo de la muerte debilite mis sentidos", es un diálogo del tenor y el oboe. El recitativo del bajo comienza reiterando la misma agonía: "¿Qué amarga confusión habrá de descubrir aún mi alma?". Este movimiento contrasta con el festivo dúo de la soprano y la contralto, en el que Bach expresa en términos brillantes, y con la combinación de dos temas que se persiguen entre sí, la huida presurosa del alma en pos de la verdadera alegría. Una armonización de la última estrofa del coral, con los mismos instrumentos del primer coro, cierra la obra.